viernes, 27 de abril de 2007

Silicon Valley, la obra de teatro


Las protagonistas de esta obra abundan acá en el Caribe. Las hay para todos los gustos en éste, nuestro valle del silicón. Las he visto inmensas, firmes, irreales en medio de su perfección. Al tacto no se sienten para nada mal, cosa que demuestra que abundan cirujanos buenos por estas tierras tropicales. Cada día hay más puntos de sutura que quitar y, por supuesto, nuevos juguetes que no pueden esperar el momento del estreno. Pareciera que regalaran en el metro las entradas a este espectáculo. Muchas quieren tener un par nuevecito de paquete para lucirlo sin reparo en cada función; cosa que se agradece profundamente. Hay otras que después del implante prefieren no mostrarlas en público, como si fuera posible disimular aquella adquisición cargada de talento. A mi, la verdad, no me incomoda ni un poquito esta obra que está muy de moda. Sé que pronto dejará de estar en boca de todos para convertirse un espectáculo con funciones regulares. Y es que para allá vamos. Estamos destinados a presenciar en primera fila un fabuloso acto: el paraíso del silicón —oh, dolor— con todas las bondades del caso. Y del paraíso, de tanta perfección, eventualmente nos aburriremos, porque así es el ser humano y pasa hasta en Broadway. Entonces el público, que siempre tiene la razón, pedirá a gritos un poco de naturalidad. Yo, como simple espectador de esta tragicomedia estética, estoy alerta de lo que pueda suceder. Siempre listo, como el mejor de los scouts, para entrar a escena todas las veces que tenga la dicha. No importa si la obra en cuestión es clásica, muy natural, con toda la belleza que eso implica. O por el contrario, es producto de los efectos especiales que buscan la perfección. Yo estaré ahí, siempre encantado de la vida. Subiendo a las tablas con la mejor disposición, como todo un apasionado del arte que no puede ocultar las enormes ganas que tiene de romperse una pierna.

1 comentario:

hijo dijo...

con romperte una pierna te refieres a... ahhh ya! jajaja qué pícaro el diablillo